La cara confinada de la realidad
Hola, soy Mar y tengo dieciséis años. Os escribo un poco triste porque me he quedado sin el viaje a Roma que organizó mi profe de latín para los de cuarto de ESO. Iba a pasar unas vacaciones de Semana Santa inolvidables, pero vino el maldito virus y ya sabéis… nada de nada. Sin embargo, como dicen mis padres, de todo se puede sacar algo bueno, y ese algo ha sido, sin duda, aprender a valorar lo que tengo y disfrutar de la magia de los libros –ha sonado un poco Mr. Wonderful, pero lo siento así.
La lectura me permitió evadirme un poco de lo que pasaba fuera. Cuando sentía que todos los días eran iguales y estaba al borde de la desesperación, abría La certeza, una antología de poemas de Eloy Sánchez Rosillo que me recomendó mi querido profe de lengua, y leía una y otra vez “Ahora”. Así podía recordar que, después de esa aparente monotonía, “llega de pronto […] un día/ que siendo igual que todos es del todo distinto,/ piadoso y pleno sin porqué, radiante,/ un día que me hace desdecirme, afirmar/ que ahora también, y siempre, es hermoso estar vivo”. Siempre me he sentido atraída por la poesía, sobre todo por la amorosa. Cuando me ponía romántica, me encerraba en mi habitación y leía algunos versos de Neruda y Benedetti. Ahora que lo pienso… ¿por qué no estudiamos a estos poetas en el instituto? En cambio, tuve que leer La Celestina y Marianela, libros que se me hicieron un poco pesados. Por cierto, un mensajito para Galdós: ¡no hace falta describir tanto!
Disfruté más con las lecturas de valenciano, pues me pude identificar perfectamente con sus protagonistas adolescentes; El diari de la Neus, Marta dibuixa ponts y Laia me hicieron ver que no estaba sola, que había más gente como yo con las hormonas revolucionadas. En cuanto a la asignatura de Ética, hubo un libro que realmente me marcó: Ética para amador, de Fernando Savater. Escrito en un lenguaje sencillo, me incitó a reflexionar sobre aspectos como la moral y la libertad a través de la historia. Al mismo tiempo, vi la serie Merlí, que me cambió la manera de ver el mundo. Estoy pensando en estudiar filosofía en un futuro, por mucho que mis amigas digan que "eso es de chiflados".
Pero no creáis que solo leí libros durante la cuarentena. Las redes sociales –sobre todo Instagram, Twitter y WhatsApp– ocuparon gran parte de mi tiempo. Y es que necesitaba estar conectada con mis amigos para no sentirme sola. Además, para mí fueron una gran fuente de entretenimiento. Por ejemplo, en Instagram disfrutaba mucho con las viñetas de Moderna de pueblo, de la que soy fan –tengo la agenda, el calendario y los cómics de Idiotizadas y Coñodramas–, de Flavita Banana y de Feminista Ilustrada. Me encanta que utilicen el humor para luchar por la igualdad. También visitaba Youtube para ver los programas de La resistencia, La vida moderna y The Ellen Show –así aprendía un poquito de inglés, porque en el instituto no pasaba del verbo to be. Asimismo, para hacer un poco de deporte siempre ponía algún vídeo de Patry Jordan, que me dejaba exhausta. Finalmente, también hubo series y películas que me ayudaron a combatir el aburrimiento que me suponía estar encerrada en casa: Riverdale, Élite y La casa de papel, por un lado, y Noche de juegos, Campeones, y Green Book, por otro. Estas últimas las disfrutaba todos los sábados en familia después de una sesión virtual de yoga con Ramiro Calle.
En definitiva, no sé qué habría sido de mí en marzo de 2020 sin los libros, las redes sociales y las series y películas que tenemos a nuestro alcance. La cuarentena me ha permitido descubrir esa otra cara de la realidad que, según Julio Cortázar, existe pero solamente se advierte mediante una observación atenta de esta.
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